El teatro como lugar propicio para la búsqueda

La obra Qué hacer con todas estas cosas surge de una investigación escénica sobre los modos en que la identidad se construye, se transforma y se desestabiliza a partir de recuerdos, vínculos y objetos. Explora cómo las experiencias y memorias individuales, atravesadas por expectativas familiares, sociales y culturales conforman nuestra percepción de quiénes somos en un proceso que nunca es lineal ni definitivo. Al mismo tiempo, plantea preguntas más amplias: cómo se construyen los relatos colectivos, qué historias quedan al margen, cuáles son los relatos hegemónicos que mandan y cómo la fragilidad y la multiplicidad pueden constituir formas de resistencia. El teatro, capaz de abrir espacio a distintos planos de percepción y a lo inacabado, se convierte en el lugar propicio para habitar la búsqueda.
La protagonista, Lara, decide filmar un documental sobre su vida en la casa familiar vacía luego de la muerte de su madre. La acompaña un joven actor/asistente convocado para interpretar a su hermano, cuya presencia introduce un desajuste productivo: por momentos parece un personaje ficcional, en otros un doble o incluso un fantasma. Esa ambigüedad encarna la dificultad de fijar una identidad coherente y muestra cómo la memoria está siempre atravesada por huecos, desplazamientos y capas de interpretación. Lo que comienza como un registro se transforma en un ritual íntimo para habitar la pérdida y ensayar una identidad posible. En la obra, los vínculos familiares, los restos materiales y las versiones heredadas se entrelazan en un espacio de montaje vivo, donde el espectador ocupa el lugar de la cámara y se convierte en testigo de un intento por narrarse desde los escombros de la memoria.
El lenguaje documental se adopta como marco estético y conceptual que permite pensar la escena como un archivo vivo. Más que reproducir una filmación, la obra toma del documental procedimientos como montaje, voz en off, repetición y tensión entre lo íntimo y lo público, trasladándolos al espacio teatral. En lugar de fijar la realidad en imágenes, se busca producir una experiencia en presente, donde la memoria y la identidad se construyen frente al público.
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La puesta materializa estas búsquedas. El escenario se plantea como un terreno permeable y cambiante: una mesa cubierta de objetos, cajas con recuerdos y un piano que interrumpe el silencio. La iluminación, construida con fuentes móviles, funciona como dispositivo activo de montaje en tiempo real: cada foco abre un plano, un recuerdo, una capa de afecto. Los intérpretes permanecen en escena aun cuando no están en acción, generando una atmósfera de presencias latentes que sugiere que la identidad también se compone de ausencias, de ecos y de espectros.
La dramaturgia avanza por acumulación y resonancia, no por progresión causal. Reconstrucciones, relatos, evocaciones, instrucciones de dirección y momentos sensoriales conviven y se contaminan entre sí. Los restos materiales –objetos heredados, papeles, recuerdos dispersos– funcionan como disparadores de sentido, no como pruebas de una historia cerrada. Esa estructura refleja la manera en que pensamos y recordamos: a saltos, con interrupciones, con repeticiones que insisten.
En definitiva, Qué hacer con todas estas cosas no es un biodrama ni una narración autobiográfica, sino una exploración sobre cómo construimos relatos de identidad a partir de fragmentos. Cómo un cristal roto donde cada pedazo refleja un instante, un recuerdo o un vínculo. El cruce entre documental y teatro ofrece un lenguaje híbrido para indagar en esa pregunta, y el escenario se vuelve un espacio de experimentación donde conviven lo real y lo ficcional, lo íntimo y lo político, lo visible y lo latente. La singularidad de la obra se afirma en esa hibridez y en su apuesta a sostener la fragilidad y la multiplicidad como formas de verdad escénica.
*Autora y directora de Qué hacer con todas estas cosas.
Fuente: www.perfil.com